¿Por qué hacemos lo que hacemos?

Hoy me pasó. A mí. A Lucía, Ana, Mirtha, Ruth, Jessica, Stefania, Vanessa, Gianella…

A nosotros nos partieron el alma llevándose a nuestros seres queridos de la peor manera con tanta crueldad e inhumanamente.

Fuimos maltratadas, torturadas, extorsionadas por el Estado.

No queremos que esto siga pasando a otras familias.

YA NO MAS DOLOR.

A esas madres, hermanas, hijas, esposas…

No queremos que se normalicen las masacres carcelarias ni las muertes silenciosas dentro de ellas.

Queremos justicia y leyes de protección de vida carcelaria y para sus familiares.

Basta ya de tanta discriminación y maltrato de la sociedad y de la policía.

Todes tenemos derecho a una vida digna.
Sin dignidad no hay justicia.
Sin dignidad no hay paz.
Dignidad humana para el Ecuador.

Ana Morales

 La jaula se ha vuelto pájaro

 Alejandra Pizarnik

 

Esta frase inicial dignifica lo que para mi es alzar tu voz, el ya no vivir en esa jaula de silencio y conformismo sino volar en la libertad de expresar lo que sientes. Soy comunicadora política y uno de mis objetivos como profesional y ser humano es poder crear narrativas significativas en la sociedad, más allá de los estudios que he realizado a lo largo de mi vida, existe un corazón que tiene empatía, una mujer que busca justicia no solo para mi sino para todos quienes hemos sidos violentados de una u otra manera por la sociedad, por eso estoy aquí siendo parte del observatorio de prisiones desde lo que yo puedo ofrecer, deteniendo el tiempo mediante imágenes, buscando belleza y generando memoria.

Jhoselyn Armijos

Durante años he tenido la suerte de viajar por el mundo buscando un grito que me conmueva a través de mi cámara fotográfica. Armado con mi conocimiento cinematográfico, me he enfrentado ante situaciones banales que no contienen ningún sabor espiritual y a otros sucesos que me han roto el alma, para bien, buscando que mi trabajo me devuelva un alarido potente al aplastar el botón de grabación. He tratado de capturar todas estas experiencias con fotografías y video cuestionando el valor que tiene una imagen dentro de esta vasta ecología audiovisual. ¿Por qué generar imágenes y sonidos inéditos ante el mundo?, la respuesta es la potencia de la poesía, en este caso, la brutalidad de las imágenes y sonidos conjugados en movimiento a través del tiempo. Así, considero que mi oficio es lograr generar audiovisuales que puedan ser interpretados con la profundidad de un poema para el estudio, análisis y construcción de la condición humana.

Felipe Cordero

A veces se ve a los Derechos Humanos desde dos dimensiones: un pacto entre Estados para proteger la dignidad y sostener la paz a nivel internacional. Y también como una bandera de lucha que desde siempre han mantenido los movimientos y grupos sociales para enfrentarse a sistemas de dominación y opresión.

Me inclino a lo segundo. Ese proceso de lucha lo hemos mantenido desde años, las personas organizadas cambian regímenes, contextos, normas, percepciones. Todo en favor de la dignidad. Es un camino que ha sido construido desde hace siglos atrás.

Hago esto porque siento el compromiso político de continuar con ese camino que lo dejaron construyendo muchas personas antes que mi, y así mismo espero, que otras personas lo continúen después.

Las cárceles, son el resultado de todo lo que no hemos sabido resolver como humanidad. Sigue siendo un espacio medieval de violaciones sistemáticas a derechos humanos. No podré cambiar el sistema, aún, pero si puedo asegurar que existan condiciones mínimas de dignidad. Y también puedo hacer que quienes sean víctimas de ese sistema carcelario violento, tengan justicia y reparación.

Luchar por la dignidad es luchar por la vida. Es una utopía, pero me permite caminar y tener esperanzas.

Fernando Bastias

Mi amigo y compañero de conspiraciones, Dr. Jorge Núñez, me pidió que escribiera algo con sentido respondiendo a la pregunta de por qué hago lo que hago. Pero a mí me pareció importantísimo contestar primero otra pregunta; ¿qué es lo que hago?

¿Qué es lo que hago?

Mi nombre es Luis Barrios, nacido y criado en Puerto Rico y viviendo en Estados Unidos durante los últimos 35 años, especialmente en la ciudad de Nueva York. Soy un ser humano comprometido con proteger toda la creación de Dios y, al momento de escribir esta reflexión, me siento tan ecuatoriano como tú. Trato lo mejor que puedo para encarnar la práctica de la justicia socio-espiritual del hermano y compañero Jesús en todas sus dimensiones. Digo, trato y no me estoy vanagloriándome, solo compartiendo mis experiencias para que estas nos puedan transformar y acercarnos más. Dios sabe cuánta sinceridad hay aún en mis disparates y contradicciones.  Soy humano, y nada de lo humano me es ajeno.

Me gusta decir que soy un activista de derechos humanos y, por lo tanto –desde mi responsabilidad como psicólogo y como sacerdote– me convierto en un organizador comunitario. O sea, que traigo ese activismo al púlpito y al salón de clase.

En mi teología pastoral yo soy fiel creyente de que Dios nos está llamando a un tipo de presencia y acompañamiento subversivo, que deje como resultado el bien y la justicia para toda su creación. Que aprenda a encontrar vida antes de la muerte y que sea feliz aquí y ahora.

Como sacerdote y como académico, mi misión es la de desarrollar un ministerio de acompañar y servir al pueblo en sus luchas. No para ser parte de procesos de observación y resignación ante la opresión, sino más bien para ser parte de un proceso de observación y acción holística que incluya lo social, político, sexual, económico, cultural, religioso, racial, y otras realidades más. No me malentienda, yo no vengo a liberar a nadie, solo deseo ser parte de un proceso de interrelación e interconexión de liberación persona, interpersonal y colectiva. Que quede claro, esto no lo aprendí de Jesús ni de Marx ni de Lolita Lebrón, lo aprendí en casa en Puerto Rico con mi abuela Doña Bárbara mientras me criaba. Una mujer de fuego que no le aguantaba pendejerías a nadie y esa metodología de resistencia de sobrevivencia me la pasó a mí.  Por supuesto, luego Jesús, Marx, Lolita Lebrón y otras personas con sentido de lucha contribuyeron mucho en mi formación.

Mi compasión, amor, respeto y responsabilidad de acompañar a personas encarceladas comenzó en 1964, en Puerto Rico, cuando mi padre, Don Esteban, fue encarcelado por venta de drogas. Luego se sumaron mis cuatro hermanos –Carlos, Cheo, Bertín y Samuel– quienes fueron encarcelados por uso de drogas.  Y, por último, cuando yo mismo fui encarcelado en una cárcel federal en la ciudad de Nueva York –Metropolitan Correctional Center (MCC)– en el 2004 por ser parte de una desobediencia civil –yo creo que era más obediencia que desobediencia– contra la Escuela de Las Américas (School of the Americas), mejor conocida como Escuela de Asesinos, localizada en Columbus, Georgia. Ahora le llaman el Western Hemisphere Institute for Security Cooperation (WHINSEC), pero sigue siendo una escuela para entrenar a asesinos latinoamericanos que defiendan los intereses del gobierno de Estados Unidos en América Latina, violentando derechos humanos. Demostré, me quejé y actúe, me declararon culpable, y me encarcelaron.

En mi doble identidad profesional, sacerdote y psicólogo, yo soy fiel creyente de que las cárceles y hospitales psiquiátricos organizan y controlan las vidas del pueblo. Son lugares de tortura física, psicológica y espiritual. Por eso sigo buscando alternativas a estas dos instituciones de opresión. Aun así, no deja de preocuparme la dolorosa realidad de que las cárceles son almacenes para guardar a la gente pobre y clase trabajadora.  Puesto en arroz y habichuelas: la gente pobre va a la cárcel y la gente rica se hace más rica. Y podremos preguntarnos: ¿y los hijos e hijas de la gente rica a dónde van? Definitivamente no van a la cárcel. A todo esto, le podemos llamar violencia estructural o violencia por omisión. Es en este contexto que me mortifica quienes llegan a mí con el discurso de más cárceles, más policías y sentencias más largas. ¿Para quién? 

En el informe final de la Comisión dejamos muy claro lo siguiente, y cito: el sistema carcelario de Ecuador se caracteriza por violación a los derechos humanos y sometimiento a torturas físicas, psicológicas, y emocionales a una población vulnerable. Esto requiere una intervención inmediata. Más allá de diagnósticos superficiales que acusan solamente a las personas privadas de libertad por los disturbios y masacres, deben buscarse los otros elementos causantes de la violencia en las cárceles. Entre estos, el recorte presupuestario, pues su consecuencia más inmediata es que no se garantice rehabilitación a las personas privadas de libertad ni reinserción social a los exreclusos. Las medidas punitivas de «mano dura» y traslados de cabecillas de los grupos no están funcionando. De hecho, los traslados masivos de presos llevaron a la creación de subgrupos en el sistema penitenciario. Esa es la realidad que estamos viendo, una fragmentación de los grupos que hace mucho más difícil su erradicación.

Con esta Comisión, la agenda por debajo de la mesa era la de hacer quedar bien al SNAI (Servicio Nacional de Atención Integral a Personas Adultas Privadas de la Libertad y a Adolescentes Infractores), o sea, al gobierno. Y para este trabajo sucio se encargaron de poner a una persona dentro de la Comisión que, por un lado mantenía al SNAI informado de lo que hacíamos o acordábamos y, por otro lado, trataba de influir para que en el informe final de la Comisión se le diera una buena evaluación al SNAI.  Por supuesto, los Comisionados con dignidad e integridad no lo hicimos. Vea el informe.

Dicho todo esto, ahora te comparto que mi relación de justicia en Ecuador comenzó muchos años atrás, tratando de mediar unos acuerdos entre Latin Kings y Ñetas en Quito y Guayaquil y como profesor invitado de la Facultad de Latinoamericana de Ciencias Sociales-FLACSO. Yo diría como hace 20 años. Y luego vuelvo como miembro de la Comisión de Diálogo Penitenciario y Pacificación, que el presidente Guillermo Laso organizó para lidiar con las masacres en las cárceles de Ecuador en diciembre 2021. ¿Qué aprendí en esta estadía como Comisionado? Al gobierno no le importan las realidades sociales, económica y espirituales de las personas privadas de libertad, ni mucho menos las de sus familiares. Ya usted ve como este asunto de las masacres ni siquiera tenemos cifras exactas, nunca se declaró día de luto nacional por este genocidio, ni tampoco se le dio seguimiento a las familias afectadas, quienes siguen pasando por lo que podemos denominar trastornos de estrés postraumáticos. Nunca ha habido una investigación seria sobre lo que pasó y por qué no se pudo –o tal vez, no se quiso– evitar este derramamiento de sangre. Tampoco ha existido una disculpa ni compensación por parte del gobierno porque estas personas murieron cuando estaban bajo la protección del gobierno.

Aprendí inmediatamente que los mal llamados Centro de Rehabilitación son almacenes de gente pobre y clase trabajadora, o sea, un infierno terrenal para nuestr@s hijos e hijas. Esto porque en esas cárceles no rehabilitan a nadie. Y a través del castigo lo que hacen es deshumanizarles, robándoles las esperanzas. Y el asunto se pone peor cuando el SNAI permite a unos grupos religiosos que se especializan en apendejar al pueblo convenciéndoles que son personas pecadoras y que ese pecado l@s llevó a la cárcel y ahora Dios quiere rescatarles. Definitivamente, el colonialismo psicológico produce la pérdida de la esperanza y esta realidad pecaminosa y criminal demanda que busquemos acciones esperanzadoras que sean descolonizadoras.

¿Por qué hago lo que hago?

Un postulado que aprendí del Rev. Martin Luther King es: «la injusticia en cualquier parte es una amenaza para la justicia en todas partes». Hago lo que hago matando mi egocentrismo y conectando con el dolor de mis hermanas y hermanos que viven en opresión. Esto quiere decir que si te oprimen a ti, me oprimen a mí.

Pero más importante es que hago lo que hago porque me gusta, me llena, me apasiona, siento que es un deber y ese deber se convierte en satisfacción. Y esa satisfacción es mi mayor recompensa porque –aunque nadie lo reconozca, no me den elogios, no me den trofeos o pergaminos– yo sé que hice lo que tenía que hacer. Y créanme, he estado en situaciones que los elogios y reconocimiento se los dieron a otra persona, pero yo puedo apreciar mi paz interior de saber lo que hice. Cuando puedo llegar a este nivel de madurez socio-espiritual, he llegado a la inmortalidad.

Asimismo, yo soy fiel creyente de que un mundo diferente es posible, pero eso no va a venir del cielo. Tenemos que construirlo. No se trata de orar para que Dios nos resuelva este asunto. Dios no creó este desorden; fuimos nosotr@s l@s seres humanos, por lo tanto, somos nosotr@s quienes lo vamos a resolver. Dejar el asunto a Dios suena a teología de la vagancia. Ora para que Dios te dé fuerza, atrevimiento e inteligencia y métete en la calle y camina con el pueblo, sal de esa cajita de confort que te tiene apendejad@ y sacúdete.

Soy fiel creyente que l@s seres humanos pueden ser instrumentos de paz o instrumentos de destrucción. Yo sigo apostando a la paz con justicia. En mi teología pastoral creo en la vida antes de la muerte. ¿Por qué demonios tengo yo que morirme para vivir? Eso suena muy estúpido. Para mí es muy difícil predicar un mundo en el más allá, sino más bien en el más acá, con felicidad aquí y ahora, trayendo el cielo a la tierra. Y mi convicción es tan sólida que en este momento tú me puedes decir o demostrar que el mundo se acaba mañana, y yo seguiré construyendo ese mundo. Soy fiel creyente de la utopía realizable, de aquí el que no me rinda.

Les confieso que me apasiona trabajar con personas privadas de la libertad. Por un lado, buscando o creando alternativas a la encarcelación y produciendo prevención. Y, por otro lado, formando experiencias de rehabilitación para quienes están detrás de esas rejas, quienes son mis hijas e hijos. Me motiva crear una reinserción sociopolítica para que sean agentes productiv@s. En ell@s veo la imagen de Dios que debo proteger. Yo creo en darle a las personas dos, tres, cuatro y todas las oportunidades que sean necesarias porque no me voy a dar por vencido. Así lo hice con mis hermanos cuando estaban encarcelados y luego con otras personas. Como nos dice Rubén Blades en su canción Amor y Control: «Aunque tú seas un ladrón y aunque no tienes razón, yo tengo la obligación de socorrerte y por más drogas que uses y por más que nos abuses, la familia y yo tenemos que atenderte». En otras palabras, el deber de una madre, de un padre, de nosotr@s quienes creemos en otro mundo jamás termina porque familia es familia. Que quede claro, no creo que todas las personas privadas de su libertad sean “buenas”, eso es inadmisible, pero todas son seres humanos con derechos, y eso me basta para no perder mi amor, compasión y respeto. Por esta razón, la humanización es mi mayor reto. Como me dijo mi mentor, Padre Gustavo Gutiérrez: «La teología no es escribir un libro y ganar un premio. Mi teología es un servicio, una hermenéutica de la esperanza, es saber qué razones hay para esperar». Por eso creo en resucitar la esperanza de la desesperanza.

Ante la violencia que enfrentamos (racismo, clasismo, sexismo, homofobia, heterosexismo, misoginia, etc.) y sus modalidades como la violencia de exclusión de las cárceles y hospitales psiquiátricos, debemos reafirmar nuestros valores y compromiso como personas solidarias, porque la justicia social no es solo un término que decimos, es un llamado a la acción. En este llamado a la acción me fascina la narrativa en la Biblia del libro de Santiago la cual nos dice: «no me digas que tienes fe, enséname lo que haces y yo te diré si tienes fe» (Santiago 2:17-22). En otras palabras, no me digas que crees en la justicia, enséname lo que estás haciendo y yo te diré si es verdad que crees en la justicia.

En resumidas, hago lo que hago porque creo que un mundo mejor es posible, pero tenemos que construirlo. Porque creo en la vida antes de la muerte. Porque podemos traer el cielo a la tierra y ser felices aquí y ahora. Porque es un deber que tengo como persona creyente en un Dios de paz con justicia. Yo no estoy en esta sociedad solo como observador. Mi responsabilidad pastoral es la de orar, observar y cambiar todo proceso de desigualdad y dominación en experiencias de liberación, aquí y ahora. Es crear un ministerio de cuidado pastoral integral de las personas. Y por todo eso, no soy neutral. Yo estoy en la misión de deconstruir el estatus quo que busca detener la paz con justicia. De aquí el que le diga a quienes me critican, que no me digan lo que tengo que hacer. Quiero que me demuestren con sus acciones lo que tengo que hacer.

¿Que soy un sacerdote politizado? Claro que sí. Pero con una política de vanguardia que enaltece mi teología para no darle religión al pueblo como un opio para que se someta. Yo le doy religión para que se libere y no acepte pendejadas. Recuerden, la espiritualidad radical de una persona no son sus palabras, sino más bien sus acciones.

Por esto hemos creado este Observatorio de Prisiones para tratar de hacer visible lo que el gobierno y sus medios sociales han tratado de invisibilizar; la realidad y dolor del pueblo que vive y muere encarcelado. Y la realidad de sus familiares que vive el dolor en las cárceles de la calle. Porque déjeme decirle, quien está encarcelado, tiene asimismo a su familia encarcelada. Esto lo viví en carne propia. Cuando estuve encarcelado descubrí que yo tenía a mi familia encarcelada con mucho dolor e incertidumbre. Esta es la razón por la cual traemos este Observatorio. Es una esperanza subversiva que nos permite escuchar las voces de las familias que están en dolor físico, social y espiritual y las voces de quienes están encarcelad@s a través de sus familiares. Pero es además una auditoria social para monitorear los disparates sociopolíticos del gobierno que le encanta buscar la fiebre en la sábana y justificar la violación de derechos humanos. Por eso en sus evaluaciones siempre ven a l@s privad@s de libertad como el problema, cuando en realidad sabemos que esto es un síntoma. Ya lo hemos dicho, el gobierno puede ser un arma de distracción masiva.

Desde este Observatorio vigilamos a quienes nos están vigilando, porque nos hemos preguntado: ¿quién controla a l@s controlador@s? Tiene que ser el pueblo. Asimismo, este Observatorio combate la intolerancia y falta de sensibilidad que produce la pérdida de la compasión, tratando de demonizar a las personas encarceladas. Aquí buscamos hacernos más human@s.

Y tenemos un acompañamiento con personas académicas comprometidas que generan análisis e investigaciones serias fuera del contexto sensacionalista, neutralidad comprometida con la opresión o respuestas mágicas. Estamos cimentando el amor solidario que se interrelaciona, se interconecta y demuestra interdependencia entre la sociedad civil organizada y la academia vanguardista. No estamos aquí para competir, sino más bien para realizar trabajos colaborativos. Con nuestras transgresiones de denunciar al estatus quo, estamos repensando y dándole sentido a lo académico.

En lenguaje teológico, este Observatorio es una especie de Purgatorio en donde nos estamos limpiando, purificando y siendo mejores personas. De aquí buscamos pasar a una sociedad paraíso sin prisiones. Por todo esto, como Jesús, decidimos acompañar y servir a l@s personas encarceladas y a sus familiares. Y créanme, en este Purgatorio sociopolítico-espiritual estamos aprendiendo en calidad y cantidad, y nos estamos humanizando de una manera increíble. Nos estamos haciendo mejores personas, porque estamos naciendo de nuevo.

Amén y Ashé

Padre Luis Barrios